jueves, 19 de marzo de 2015

SI DIOS ELIGIÓ A ESE HOMBRE, ESE HOMBRE ES DE DIOS. Miguel Rosell Carrillo

1) LA DEPRAVACIÓN TOTAL HUMANA (Ro. 3:10-18).
El hombre es malo, y está muerto en sus pecados (Ef. 2:1). Un muerto espiritual no tiene ninguna posibilidad, como muerto que es, de vivir eternamente. Tenemos el ejemplo de Lázaro, que mientras estuvo muerto, permaneció en la tumba, hasta que Cristo le ordenó: “¡Lázaro, ven fuera!”.
El hombre natural no puede por sí mismo acercarse a Dios, y tampoco quiere (Jn. 3: 19, 20). Su estado pecaminoso y de muerte espiritual (ya que es un ser condenado), no le permite comprender ni percibir las cosas que son del Espíritu de Dios, para él son necedad (1 Co. 2: 14)
Siendo así, si solamente se predicara el Evangelio y Dios no interviniera a la par, NADIE creería para salvación.
En esa condición, ese hombre no puede, ni quiere “aceptar” a Cristo; no puede tomar una “decisión por Cristo”. No olvidemos que está muerto espiritualmente, destituido de la gloria de Dios, ajeno a Dios (Ro. 3: 23; Ef. 2: 12)
2) Esto nos conduce a un segundo punto: LA ELECCIÓN INCONDICIONAL DIVINA. A raíz de la imposibilidad del hombre de siquiera acercarse a Dios, sólo Él, porque así lo ha querido (Ef. 1: 5), decide salvar de forma incondicional, es decir, sin la intervención en absoluto de obra o fútil mérito o apreciación humanos.
3) Esto nos lleva a un tercer punto: LA JUSTIFICACIÓN LIMITADA. Aunque el sacrificio de Cristo es poderoso para salvar a todos los hombres, opera con efectividad hacia aquellos elegidos por Dios, elegidos antes de la fundación del mundo (Ro. 8: 29, 30; 1 Ti. 4:10); los que antes conoció.
4) El haber sido perdonados, justificados y consecuentemente salvados por medio del Evangelio, nos lleva a un cuarto punto: LA GRACIA IRRESISTIBLE DE DIOS. Es el tremendo poder de Dios para realizar tal obra, para salvar a quien quiso, como está escrito: “Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)…” (Ef. 2: 4,5). No hubo concurso humano en esta obra. Dios no nos “pidió permiso” para hacerla. Este es otro ejemplo de Su Soberanía. Así como no nos pidió permiso para hacernos nacer de nuestra madre, tampoco nos pidió permiso para hacernos nacer de Él.
La obra del nuevo nacimiento y consecuente salvación, es enteramente de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, SINO DE DIOS” (Juan 1: 12, 13) Si nos damos cuenta, lo que está diciendo está porción de la Escritura, es que los que llegan a ser hijos de Dios, lo son engendrados por voluntad de Dios y consecuente obra Suya, no por voluntad u obra humana.
5) Y a su vez, esto nos lleva a un quinto y último punto: LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS. “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6); y, “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (2:13). Esto nos habla del sostenimiento de esa salvación. Así como ese hombre fue salvado por voluntad divina, su estado salvífico es mantenido por el mismo Dios, sin tener parte en ese proceso y mantenimiento de la salvación, por ser incompatible con su naturaleza caída; de ahí que sea imposible perder la salvación (He 10:14; 1 Juan 3:6-9, etc.)
SI DIOS ELIGIÓ A ESE HOMBRE, ESE HOMBRE ES DE DIOS.

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