domingo, 12 de julio de 2015

Una carta de Santiago. Parte 4

Un estudio bíblico por Jack Kelley
Este estudio abarca el capítulo 4 de la carta de Santiago. Ustedes verán que él todavía tiene muchos buenos consejos para vivir una vida cristiana victoriosa en nuestros tiempos, y él nos los da en términos no inciertos. Ciertamente no para los débiles de corazón.
Sométanse a Dios
¿De dónde vienen las guerras y las peleas entre ustedes? ¿Acaso no vienen de sus pasiones, las cuales luchan dentro de ustedes mismos? Si ustedes desean algo, y no lo obtienen, entonces matan. Si arden de envidia y no consiguen lo que desean, entonces discuten y luchan. Pero no obtienen lo que desean, porque no piden; y cuando piden algo, no lo reciben porque lo piden con malas intenciones, para gastarlo en sus propios placeres. (Santiago 4:1-3).
Aquí Santiago usó un lenguaje fuerte. Sus palabras para guerras y peleas pueden significar cualquier cosa hasta las guerras entre las naciones. Su punto era que ya sea que fuese un asunto entre dos personas o dos países, la cosa empieza con los deseos de la carne. Una persona codicia lo que otra tiene, y en lugar de pedirle a Dios por eso, la persona “va a la guerra” contra la otra persona para obtener lo que desea. A pesar de que se lo pide a Dios la persona no recibe lo que codicia porque sus motivos no son puros. Solamente está buscando gratificar los deseos de la carne.
El Señor nos prometió vida abundante (Juan 10:10), y Él ama darles buenos regalos a Sus hijos (Mateo 7:11), pero eso no quiere decir que Él va a proveer todos los deseos egoístas de nuestra carne. Algunas cosas que queremos simplemente no son buenas para nosotros. Más bien nos alejan de Él en vez de acercarnos a él.
¡Ay, gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Todo aquel que quiera ser amigo del mundo, se declara enemigo de Dios. No crean que la Escritura dice en vano: Ardientemente nos desea el Espíritu que él ha hecho habitar en nosotros. Pero la gracia que él nos da es mayor. Por eso dice: Dios se opone a los soberbios, y da gracia a los humildes (Santiago 4:4-6).
Con el término “gente adúltera” Santiago estaba hablando de las personas cuya lealtad se encuentra dividida entre las cosas de Dios y las cosas de este mundo. Es como un hombre que tiene una esposa y una querida, no puede dedicarse completamente a ellas. Puesto de otra manera, Jesús dijo, “Nadie puede servir a dos señores” (Mateo 6:24). Mientras más enamorados estemos de las cosas de este mundo, más difícil será poder servir al Señor.
A pesar de la promesa del Señor de una vida abundante, muchas personas creyentes se le adelantan e hipotecan su futuro por “las cosas más finas en la vida”. Después de todo, eso es lo que todos alrededor de ellas hacen. Y cuando las obtienen se enorgullecen de lo que han logrado por ellas mismas. Luego, después de unos años de estar efectuando pagos mensuales, se dan cuenta de que se han esclavizado en el estilo de vida que ellas mismas se han fabricado. Su deseo de vivir para el Señor puede ser real, pero su capacidad se ve reducida por las obligaciones que han adquirido en un esfuerzo para satisfacer los deseos de la carne.
Por eso es que Pablo nos alentó a presentar nuestros cuerpos como sacrificios vivos al Señor, para ser usados para Su gloria. Él nos advirtió de no conformarnos a este mundo, lo cual es la satisfacción de los deseos de la carne, sino ser transformados por la renovación de nuestra mente (Romanos 12:1-2). Él quería que nosotros evitáramos esa lealtad dividida de la que Jesús y Santiago hablaron en contra.
Mientras tanto, Dios anhela por el Espíritu que él hizo que habitara en nosotros, que el mismo se manifieste en nuestra vida. Él nos da más gracia, esperando que nosotros nos humillemos y lo proclamemos ser Señor en nuestra vida para que Él pueda mostrarnos Su favor al ayudarnos a ser liberados de la situación que nos hemos producido. Él sabe que no son las cosas de este mundo, sino Su bendición lo que nos hace ricos, y Él no le agrega ninguna tristeza a eso (Proverbios 10:22). No hay pagos mensuales que hacer asociados con las bendiciones del Señor.
Por lo tanto, sométanse a Dios; opongan resistencia al diablo, y él huirá de ustedes. Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes. ¡Límpiense las manos, pecadores! Y ustedes, los pusilánimes, ¡purifiquen su corazón! ¡Lloren, aflíjanse, hagan lamentos! ¡Conviertan su risa en llanto, y su alegría en tristeza! ¡Humíllense ante el Señor, y él los exaltará! (Santiago 4:7-10).
Cuando nos sometemos a Dios y resistimos las manipulaciones del diablo en nuestros deseos mundanos, él huirá de nosotros. No importa cuándo es que sucede en nuestra vida, pero cuando nos acercamos a Dios, Él se acercará a nosotros. Empezaremos a ver lo pequeño que es el valor de nuestra vida al compararla con Aquel que nos la dio. Lavaremos nuestras manos de estar persiguiendo los deseos mundanos y purificaremos nuestros corazones de los intentos de doble ánimo (de ser pusilánimes) que sirven a dos amos. Nos daremos cuenta que las cosas que una vez nos dieron tanto orgullo y auto satisfacción, solamente nos han cegado para ver lo que es verdaderamente importante. Entonces nos humillaremos ante el Señor y Él nos levantará.
En mi propia experiencia yo puedo decirles que nunca es tarde para que ustedes hagan eso. Así que no se lamenten por el hecho de que han perdido mucho tiempo en la vida de ustedes persiguiendo los placeres falsos, sino regocíjense en el hecho de que el Señor puede tomar lo que queda y utilizarlo para hacer cosas maravillosas. Recuerden, Él ha estado celosamente anhelando la oportunidad para hacerlo (Santiago 4:5). Todo lo que usted tiene que hacer es ofrecérselo a él.
Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla mal del hermano y lo juzga, habla mal de la ley y juzga a la ley. Y si tú juzgas a la ley, te eriges en juez de la ley, y no en alguien que debe cumplirla. La ley la ha dado Uno solo, el cual tiene poder para salvar y destruir. Pero tú, ¿quién eres para juzgar a tu prójimo? (Santiago 4:11-12).
Es popular en estos días buscar la evidencia de una vida piadosa en Dios en otras personas creyentes. A eso le llamamos ser un inspector de frutas, pero realmente es una forma más aceptable para describir el hecho de que estamos juzgando a las personas. Jesús nos dijo de no hacerlo (Mateo 7:1-5). Pablo nos dijo de no hacerlo (1 Corintios 4:5). Y sin embargo, lo seguimos haciendo igual.
Jactándose sobre el día de mañana
Ahora escuchen con cuidado, ustedes los que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, y estaremos allá un año, y haremos negocios, y ganaremos dinero.» ¡Si ni siquiera saben cómo será el día de mañana! ¿Y qué es la vida de ustedes? Es como la neblina, que en un momento aparece, y luego se evapora. Lo que deben decir es: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.» Pero ustedes se jactan con arrogancia, y toda jactancia de este tipo es mala. El que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, comete pecado (Santiago 4:13-17).
Muchas personas creyentes rutinariamente hacen planes para el futuro sin saber si van a vivir lo suficiente para cumplirlos. Es una indicación de que están enfocadas en los deseos de la carne, y no son guiadas por el Espíritu.
Al obligarse a cumplir esos planes para el futuro, esas personas están demasiado ocupadas para hacer las buenas obras que podrían llevar a cabo cada día. Si están apuradas para llegar al trabajo a tiempo, ¿qué podrían hacer cuando el Espíritu Santo las provoque a detenerse y ayudar a alguna persona necesitada? Tienen que ignorarlo a Él. Desde una perspectiva eterna, ¿no es eso poner las cosas al revés? ¿Va el Señor a elogiar a esas personas por estar enfocadas en el éxito mundano, o son las pequeñas cosas que pueden hacer para Él cada día de mayor valor para el Reino?
Esas personas dicen que tienen que cumplir con sus responsabilidades del trabajo y de la familia, pero Dios ha prometido llenar todas las necesidades a quienes primero buscan Su reino y Su justicia (Mateo 6:31-33). ¿Confían en Él o en ellas mismas? Las personas que no dejan suficiente espacio en su día para responder a la provocación del Espíritu Santo están diciendo que las cosas de este mundo son más importantes para ellas que las cosas del próximo.
Vivir por fe es tal cambio de paradigma en la manera del mundo que muchas personas creyentes ni siquiera pueden imaginar cómo sería, menos aún tratar de entender cómo hacerlo. Cualquier pensamiento que tengan de servir al Señor es relegado a la categoría de “algún día” mientras las exigencias auto producidas de su vida mundana llenan sus mentes conscientes hoy día. Mientras tanto, el Señor aguarda pacientemente para que se den cuenta de que nada en lo que trabajan tan arduamente les producirá la satisfacción que buscan.
Cuando finalmente se vuelven a Él, se dan cuenta de que Él felizmente acepta cualquier poquito de tiempo que les sobra para ofrecérselo a Él, y las ayudará a encontrar más conforme aumenta el deseo de su corazón de servirlo a Él. Y ciertamente aumentará, porque no existe mayor sentido de satisfacción que el que proviene demostrando el amor del Señor en los actos simples de amabilidad hacia los demás.
Cualquier persona puede empezar con sólo resolver dándole a cualquiera que le pida (Lucas 6:30). El Señor no nos dijo de evaluar si creemos que el mendigo que nos pide algo lo merece. Él dijo, “alimenten al hambriento.” Pensar si lo estamos “haciendo más vago” es solamente una excusa para no ayudar. Lo que la persona haga con el dinero que le damos es entre ella y el Señor. Nuestro propósito en dar es demostrar nuestra gratitud por el amor que el Señor nos ha expresado. Con eso como nuestro motivo, recuperaremos el dinero de todas maneras (Lucas 6:38).
Concluyendo
Santiago no escatimó sus palabras, y yo tampoco. Si usted es una de esas pocas personas cristianas a quienes todo esto no se aplica, entonces siéntase en libertad de ignorar todo lo que he dicho. Pero las encuestas han mostrado constantemente que más del 90% de las personas cristianas hoy día viven de esa manera, con la excepción de unas pocas horas los domingos por la mañana, y su comportamiento no se diferencia de el de sus vecinos incrédulos. Es ese grupo el que necesita escuchar y tomarlo de corazón. Su tiempo en la Tierra está rápidamente llegando a su fin. Lo que usted vaya a hacer para expresar su agradecimiento por el regalo gratuito de la vida eterna que ha recibido, es ahora. Nos vemos la próxima vez.

miércoles, 8 de julio de 2015

Una carta de Santiago.

Un Estudio bíblico por Jack Kelley
En la parte 3 continuamos repasando las instrucciones que Santiago le dio a la primera iglesia de cómo vivir apropiadamente la vida cristiana. Recuerden, esta carta pudo haber sido la primera que se escribió como enseñanza a la Iglesia jamás antes recibida, pre datando los Evangelios y las cartas de Pablo, con la posible excepción de la carta a los Gálatas. Esta vez cubriremos el capítulo 3. Así que empecemos.
Domesticando la lengua
Hermanos míos, no se convierta la mayoría de ustedes en maestros. Bien saben que el juicio que recibiremos será mayor. Todos cometemos muchos errores. Quien no comete errores en lo que dice, es una persona perfecta, y además capaz de dominar todo su cuerpo. (Santiago 3:1-2).
Ninguno de nosotros es perfecto. Todos decimos y hacemos cosas que más tarde nos damos cuenta que fueron un error. Para la mayoría de las personas eso es un asunto simple de corregirse. Pero para los maestros, cualquier error de nuestra parte va directamente a la mente de nuestros escuchas y puede influenciar su entendimiento de la palabra de Dios para el resto de su vida. Las personas que sienten que han sido llamadas a enseñar necesitan tener la habilidad para hablar clara y concisamente, dependiendo solamente en lo que Dios les ha transmitido. También necesitamos estar conscientes que Él está escuchando y que nos responsabilizará por nuestra enseñanza. No es suficiente para nosotros referirnos a la advertencia de Pablo de investigar las Escrituras y que se lo digamos a quienes nos escuchan para ver si estamos hablando la verdad (Hechos 17:11). También seremos requeridos a justificar todo lo que hemos dicho.
A los caballos les ponemos un freno en la boca, para que nos obedezcan, y así podemos controlar todo su cuerpo. Y fíjense en los barcos: Aunque son muy grandes e impulsados por fuertes vientos, se les dirige por un timón muy pequeño, y el piloto los lleva por donde quiere. Así es la lengua. Aunque es un miembro muy pequeño, se jacta de grandes cosas. ¡Vean qué bosque tan grande puede incendiarse con un fuego tan pequeño! Y la lengua es fuego; es un mundo de maldad. La lengua ocupa un lugar entre nuestros miembros, pero es capaz de contaminar todo el cuerpo; si el infierno la prende, puede inflamar nuestra existencia entera (Santiago 3:3-6).
Pablo adoptó este mismo pensamiento en sus cartas. Él nos advirtió de abandonar la ira, el enojo, la malicia, la blasfemia y las conversaciones obscenas de nuestra boca (Colosenses 3:8). Nuestra conversación no debe de estar mezclada con obscenidades, necedades o chistes groseros, lo cual está fuera de lugar para las personas creyentes, sino en su lugar, con agradecimiento por todo lo que se nos ha dado (Efesios 5:4).
Él nos advirtió de no pronunciar palabras obscenas sino solamente lo que es útil para la edificación de otras personas con el objeto de que quienes escuchan sean edificados. Hacerlo de otra manera entristece al Espíritu Santo el cual está sellado en nosotros hasta el día de la redención (Efesios 4:29-30).
La gente puede domesticar y, en efecto, ha domesticado, a toda clase de bestias, aves, serpientes y animales marinos, pero nadie puede domesticar a la lengua. Ésta es un mal indómito, que rebosa de veneno mortal.
Con la lengua bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los seres humanos, que han sido creados a imagen de Dios. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, ¡esto no puede seguir así! ¿Acaso de una misma fuente puede brotar agua dulce y agua amarga? No es posible, hermanos míos, que la higuera dé aceitunas, o que la vid dé higos. Ni tampoco puede ninguna fuente dar agua salada y agua dulce (Santiago 3:7-12).
Jesús dijo que las palabras que salen de nuestra boca se originan en nuestro corazón y esas son las cosas que nos contaminan (Mateo 15:18). Puesto que lo que decimos es un reflejo de lo que está en nuestro corazón, y puesto que el corazón del ser humano natural es incurablemente perverso (Jeremías 17:9), luego la única forma que podemos cambiar lo que sale de nuestra boca es cambiar lo que ingresa en nuestro corazón. Por esa razón, yo creo que escuchar lo que sale de nuestra propia boca puede proveer la señal más clara si en verdad somos creyentes bajo la influencia del Espíritu Santo. Recuerden, Santiago nos amonestó de ser hacedores de la palabra y no solamente oidores (Santiago 1:22). Asegurémonos de que lo que sale de nuestra boca es consistente con lo que esté en nuestro corazón.
Dos clases de sabiduría
¿Quién de ustedes es sabio y entendido? Demuéstrelo con su buena conducta, y por medio de actos realizados con la humildad propia de la sabiduría. Pero si ustedes abrigan en su corazón amargura, envidia y rivalidad, no tienen de qué presumir y están falseando la verdad. Esta clase de sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino que es terrenal, estrictamente humana, y diabólica. Pues donde hay envidias y rivalidades, allí hay confusión y toda clase de mal(Santiago 3:13-16).
Recordemos que Santiago no se estaba refiriendo a guardar la Ley cuando habló de una vida buena llena de obras hechas con humildad. Los fariseos mostraban que guardar la Ley no daba como resultado la humildad, sino más bien la arrogancia y el orgullo. Miraban de menos a los menos afortunados y criticaron a Jesús por asociarse con ellos (Mateo 9:10-11). Ellos creían que si los pobres simplemente vivían de acuerdo a los estándares fariseos, serían bendecidos acorde. Por lo tanto no tenían excusa por su miseria y no merecían ni compasión ni ayuda.
Es natural para los humanos ser auto centrados y envidiosos en cuánto a cómo percibimos lo que es el éxito en los demás. Es parte de nuestra naturaleza pecaminosa. Santiago dijo que esas actitudes no son espirituales sino más bien demoníacas. Promueven la envidia en vez de la humildad y el egoísmo en lugar de la generosidad, y están detrás de todas las prácticas malignas del ser humano.
Solamente las personas creyentes se dan cuenta de que antes de haber llegado al Señor, realmente no teníamos nada de valor para Él y sin embargo Él nos dio todo solamente porque se lo pedimos. Eso es lo que promueve el deseo en nuestro corazón de compartir lo que tenemos con otras personas. Nuestra amabilidad y generosidad hacia los demás muestran la humildad que sale de saber que no merecíamos nada para ser salvos, y es una demostración de nuestra rebosante gratitud por el regalo gratuito que hemos recibido.
Pero la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura, y además pacífica, amable, benigna, llena de compasión y de buenos frutos, ecuánime y genuina. Y el fruto de la justicia se siembra en paz para los que trabajan por la paz(Santiago 3:17-18).
La sabiduría que viene del cielo no está cargada de motivos ulteriores y agendas ocultas. Pablo dijo que el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:23).
Para concluir
Ningún mero asentimiento intelectual que Dios existe o aún que Jesús vino a enseñarnos cómo vivir una vida agradable a Dios puede producir el cambio en la actitud de una persona de la que tanto Santiago como Pablo están hablando aquí.
Para ser la clase de persona que ellos describen, tenemos que despojarnos del viejo yo, el cual está corrompido por los deseos engañosos y ser hechos una nueva criatura en la actitud de nuestras mentes (Efesios 4:22-23).
Esta es la obra regenerativa del Espíritu Santo, el cual está sellado en cada persona creyente nacida de nuevo. Solamente Él puede producir la clase de cambio en nosotros que nos permite poner a un lado nuestro auto centrismo y caminar en humildad, haciendo buenas obras en cada oportunidad.
Usted se sorprenderá al saber que el origen de este pensamiento está en el Antiguo Testamento. Es un ejemplo asombroso de que eso es lo que Dios siempre ha querido para Su pueblo, Él hizo que el profeta Miqueas nos dijera,
Ya se te ha declarado lo que es bueno, y qué pide el SEÑOR de ti: solamente practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios (Miqueas 6:8).
Viva una vida agradable al Señor y deléitese ayudando a los necesitados, hecho todo en un espíritu de humildad, y en agradecimiento por lo que se le ha dado a usted. Más la próxima vez.

lunes, 6 de julio de 2015

Sobre La Evangelización

¿Habrá algo más importante que salir a la calle a predicar? Sí, conocer el Evangelio que se piensa entregar. En otras palabras, es más importante enviar el Evangelio a través de misioneros al mundo, que enviar la mayor cantidad de misioneros al mundo sin el Evangelio.
No basta la pasión y las ganas que yo tenga de salir a la calle a predicar si no llevo el mensaje correcto. Si Dios le da a usted un vehículo, de seguro usted querría salir a la calle a manejarlo, pero usted primero debería aprender a manejarlo, sino haría daño. Lo mismo pasa con el Evangelismo.
Paúl Washer dijo en un sermón que "si Dios lo salvara hoy y le diera 2 días para ir a predicar, él ocuparía 1 de esos 2 días en CAPACITARSE".
Un carismático o un neopentecostal diría, "yo no... Yo saliera ese día y dejo que el Espíritu me dirija".
Lo cierto es que como dijo Richard Baxter (1615-1691), "no es el trabajo del Espíritu darte el significado de la Escritura y conocimiento sin tu propio estudio y labor. El trabajo del Espíritu es bendecir ese estudio y darte de ese modo conocimiento. Si rechazas el estudio con la presunción de que el Espíritu Santo te dirigirá, estás rechazando la Escritura misma".
Hace un tiempo estaba en la iglesia organizando unas cosas y mi mamá me llamó y me dijo: "Te ha venido a buscar varias veces fulano, cuidado, se veía nervioso". Al rato esa persona llegó a la iglesia y pasó apresurado y me dijo: "varón quiero 'aceptar' a Cristo y que usted me haga la oración".
Le dije, "¿qué pasa, por qué estás así?" Y me contó que lo había dejado la novia y se había cambiado de ciudad, y él estaba desesperado. Me senté con él un buen rato, y le prediqué el Evangelio. A mí me interesaba que él pusiera a un lado su situación sentimental, y viera su condición o estado espiritual. Hoy él sirve a Cristo.
Quizás algunos habrían aprovechado la oportunidad para decirle "pon tú mano derecha sobre la Biblia y repite conmigo", pero tú y yo sabemos que eso no fue lo que hizo Cristo con el Joven Rico, ni el apóstol Pedro en su primer discurso con los que se compungieron de corazón.
Si usted quiere a ir a predicar, gloria a Dios. Me alegro y lo animo a que predique, pero antes preocúpese por hacer las cosas bien. ORE A DIOS, CAPACÍTESE, Y LUEGO SALGA, porque si las personas a las cuales usted le va a predicar no van a ser traídas con la Verdad, es mejor que las deje en donde están. Cristo no nos llamó a hacer ADEPTOS a nuestra denominación o iglesia, sino a hacer DISCÍPULOS.
La conversión es muertos resucitando (recuerde lo que ocurrió en el Valle de los Huesos Secos)... Y el Evangelio tiene poder de Dios para salvación. Preocupémonos por hacer las cosas bien. Si usted es anti-estudio o anti-preparación nunca será un misionero responsable. Sé muy bien que no somos responsables de la conversión de las almas pero sí de lo que predicamos.
Algunos me han dicho, "Pedro era un hombre sin letra y del vulgo, y no estudió", ¿LES PARECE POCO QUE HAYA TENIDO COMO MAESTRO AL MISMO CRISTO?