domingo, 22 de marzo de 2015

Cuentos del Pastor: SANA SANA COLITA DE RANA

Cuando Lucía entró esa tarde al consultorio lo hizo en completo desgano acompañada de su mamá.

Vestía ropa holgada, su pelo desprolijo recogido hacia atrás, y una gorra con la visera hacia un costado.
La manera que atrajo la silla hacia sí, y su mirada desafiante delataba un comportamiento poco femenino.

-¡Aquí se la traigo pastor! Espero que usted le ore. ¡Yo ya no sé qué hacer con ella! Irrumpió la mamá, señalando a Lucía como a un objeto que requiere pronta reparación.

Lucía sentada frente al escritorio, puso su mirada fija sobre un cuadro en la pared, y cruzó sus brazos como preparando defensa.

-Ella no se comporta como señorita.
Se la pasa jugando al futbol con esos vagos de la cuadra. Ahora fuma y quiere abandonar los estudios.
¡Ya le oraron infinidad de veces, le hicieron renunciar y perdonar pero nada cambia! ¡No sé qué mas hacer!

La mujer hizo una breve pausa, tomó aire y concluyó el discurso; que a esta altura del problema, había sido repetido en una cantidad de lugares.

-Sé que su tío no se portó bien con ella. Pero eso fue hace muchos años y como cristiana debería olvidar.
Es una resentida social. ¡Para mí nunca perdonó de corazón! ¡Para mí, ella tiene un demonio! ¡Órele pastor! ¡Órele!

Con esta facilidad la señora describía la patología, y también la cura.

Pedí un minuto a solas con Lucía, y lo que pretendía ser una breve charla, se tradujo a muchos días de consejería.

Un día Lucía ganó confianza, y estuvo preparada para recordar ese lamentable incidente. Le prometí que sería la primera, y última vez que hablaríamos del asunto.

Cambió su postura al comenzar el relato.
Ubicó la silla de costado acercándola al escritorio. Cruzó sus piernas como señorita, soltó sus hombros hacia delante, su cabeza se inclinada levemente sobre su hombro izquierdo, y mientras jugaba nerviosamente con un lápiz dijo:
-Esa siesta fue todo muy rápido. Yo estaba en la cama de mi abuela mirando televisión, cuando mi tío entró y cerró la puerta de la habitación con llave.
Acostumbrábamos pasar tiempo así. Pero esta vez, el se comportó diferente; cuando menos lo pensé estaba arriba mío, comenzó a besarme y me sacó con violencia mi ropa.
Cuando terminó, se fue corriendo fuera de la casa.

Mi abuela me encontró lavándome en el baño, yo estaba toda lastimada. Ella me amenazó para que guardara silencio.
-“Tenés que entender a tu tío. El es hombre. Y vos ya te ves como toda una señorita. Se te va a pasar pronto, ¡aquí no pasó nada! Yo voy a hablar con él para que no te vuelva a tocar. ¿Entendés? ¡No es nada! ¡No es nada! No le cuentes a tu madre, porque loca como es, lo va a matar.” dijo la abuela.

Lucía agregó que durante dos años y medio no le dijo nada a nadie. Pero un día su mamá le encontró llorando y ella le contó.
Su mamá en ese momento estaba viviendo sus “propios” problemas, había pasado “mucho” tiempo, su tío ya no vivía en la ciudad, así que minimizó el tema. Lucía, decidió entonces hacer lo que mejor le parecía para evitar más dolor.

Ella agregó justificándose:
-Si me visto así, me manejo así y habló así, ningún varón se fijará en mí y santo remedio; ¡Ya nadie me 

va tocar un pelo! 
-Aparte, ¡No sé que tanto les importo! ¡Nadie se preocupó jamás por mí! Concluyó Lucía con una profunda mezcla de justicia y afecto.

Por alguna razón que desconozco, desde el comienzo del relato me situé dentro del mismo. La niña violada de ocho años estaba en la boca de Lucía trasladando cada detalle de dolor. Sentí un profundo pesar, y mis ojos se llenaron de lágrimas; ella se dio cuenta. Lucía estiró su mano derecha buscando tocar la mía, mientras decía:
-¿Quiere llorar conmigo?

Asentí con mi cabeza y nuestras lágrimas brotaron. Nos quedamos así por algunos minutos; ella estaba recibiendo lo único que había pedido todo este tiempo: que alguien llorara su dolor.

Ese fue el inicio de la sanidad de Lucía. No necesitaba revancha, ni venganza. Era una niña asustada que solo quería evitar más dolor.
Sus mecanismos de autodefensa le había dado receta para lidiar con su problema, y ella sólo había seguido las indicaciones.

Hoy Lucía tiene novio, sirve en la iglesia, y hace planes para formar su propia familia.

Reflexión:

Quiero detenerme en estos dos simples detalles de la historia, aun consciente de la complejidad del tema:
El facilismo evangélico para solucionar problemas adjudicando todo a lo espiritual, apelando a lo instantáneo, a una simple oración e imposición de manos; y a la falta de sensibilidad para considerar las necesidades básicas de un alma herida.

Debemos terminar con esa receta de: “Sana, sana colita de rana” que minimiza constantemente el dolor de las víctimas.

Claro que debemos orar por ellos, y ellos deben perdonar y renunciar; pero debemos orar por sabiduría también. A veces su pedido y su reclamo silencioso es: ¡Quiero que alguien llore conmigo una vez!

Hay corazones lastimados que necesitan de un oído presto, pero también de alguien que sea capaz de captar ese reclamo de amor que les cura.

Isaías dice:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; ME HA ENVIADO A PREDICAR BUENAS NUEVAS A LOS ABATIDOS, A VENDAR A LOS QUEBRANTADOS DE CORAZÓN, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de cárcel;” Isa 61. 1

Pastor Rubén Herrera

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