lunes, 9 de marzo de 2015

Cuentos del Pastor... MAURICIO: TERMINAR CON EL CULTO

Mauricio fue siempre fue un muchachito introvertido. Tenía carácter amable y sonrisa tímida.
Le gustaba perderse en la lectura y vivir las emociones propuestas en el relato. Sus amigos más cercanos hablaban bien de él. Era inteligente, fiel, y un confidente fiable.
Su muy delgada figura, sus hombros caídos con una leve inclinación hacia adelante denotaba una pesada carga escondida.
Pero su aspecto físico no era el problema de Mauricio. Quizás sólo las consecuencias de algo mayor.
Esa tarde, cruzó por primera vez la puerta del consultorio con estás urgentes preguntas:
-¿Cómo salgo de esto Pastor? ¿Cómo le gano a mi debilidad? ¡Estoy viviendo una adicción incontrolable! Me dijo, mirándome a los ojos, con una sinceridad única.
Como muchos de su edad, Mauricio estaba preso de una conducta sexual impropia: la masturbación. Y le costaba horrores parar los mecanismos, que le llevaban ritualmente al acto de la autosatisfacción.
Escuchando detalles de sus vergonzosas experiencias, las palabras que vinieron a mi mente fueron: “altar”, “culto en un altar”.
Todo parecía hablar de un culto y una ceremonia repetida sistemáticamente. Y todos los elementos de un culto estaban presentes: Un lugar determinado, una hora fijada, un objeto visible de adoración (Ídolo, Imagen), un servicio de entrega (Ofrenda o sacrificio), una necesidad justificada, y una satisfacción adictiva.
La palabra dice que: “El que PRACTICA EL PECADO es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo del Dios para deshacer las obras del diablo. Todo el que es nacido de Dios no PRACTICA EL PECADO, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” 1 Jn 3. 8-9
Esta palabra “PRACTICA EL PECADO” puede traducirse como: el que hace culto al pecado; o el que del pecado, hace un culto.
Estaba claro que habíamos llegado al punto con Mauricio.
Había que terminar con el altar, pero sobre todo con “aquel” que recibía culto en ese altar.
Entonces le dije:
-Poco advertimos de esta realidad espiritual detrás de nuestros pecados. Y en realidad alguien (un espíritu) está requiriendo adoración, desde la tentación que lo hace irresistible.
-¡Tenemos que admitir que estamos frente a un culto con todos sus elementos! Cada lugar donde se ha levantado altar debe ser derribado, y edificar uno al Señor. Dije mirando a Mauricio, a quien se le iluminaba el rostro.
Y continúe:
-Sin duda el Señor había conducido sabiamente a los judíos a derribar altares paganos.
¡El poder del altar era irresistible para ellos! Un espíritu se negaba a perder su adoración, y había que terminar con eso.
Mauricio se paró determinado.
Y por la puerta salió un muchacho diferente. Estaba dispuesto a no ceder más a “eso” que le había rendido culto y dedicación durante tanto tiempo.
La lucha se proponía diferente: no era “algo” que le pasaba, sino “alguien” que le sometía.
¡No era una “necesidad”, ni “una debilidad propia de la edad”! Era un espíritu que competía en adoración con el Señor.
Reflexión
Con frecuencia abordamos este tema desde otro presupuesto: Educación sexual, las primeras experiencias, la cultura o modelo social, la presión del medio, etc.
Pero esta vez, el relato de Mauricio, y su capacidad para describir lo que vivía hacían estos recursos obsoletos.
No todos estamos conscientes de esta realidad, detrás de nuestras justificadas debilidades. Ellas, no están prohibidas por el simple designio de un Dios caprichoso. Nuestros pecados son entrega, y ofrendas al mundo espiritual.
La próxima vez que estemos frente a la tentación, recordemos que no por nada, la inspiración de ella tiene la marca de las tinieblas.
“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia después que ha concebido, da a luz la muerte.”
Stgo 1 13-15
Pastor Rubén Herrera

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