martes, 26 de mayo de 2015

Cuentos del Pastor: LA PIERNAS DE ÁNGEL

Teníamos dieciséis años. Era sábado a la noche. En nuestra Iglesia la reunión de ministerio estaba terminando, cuando sentí algo extraño en verdad.
Ni siquiera pensaba en ello, pero inexplicablemente algo me impulsaba llegarme al hospital. Sentado junto a mí estaba Miguel, compañero de muchas aventuras de fe, a quién le conté lo que vivía. El, después de pensar el tema y no muy convencido decidió acompañarme. ¡Realmente era una locura!: Diez de la noche, un Hospital cerrado en medio de la nada. Por dónde quiera que se lo mirara, ¡no había nada cuerdo en el asunto!

Mientras los demás jóvenes de la Iglesia planeaban una salida; nosotros marchábamos al hospital sin tener más razones que una fuerte intensión de responder al intrigante llamado. ¡Esto no era común ni normal para nada! Nuestra congregación no era del tipo que practicara los dones espirituales, y mucho menos que creyera en cosas como las que estábamos haciendo.

La Ciudad de La Rioja en ese tiempo contaba con un Hospital público el que estaba distribuido en un gran predio. Los pabellones se distanciaban uno del otro en medio de un terreno seco y con polvo en suspensión.

Recuerdo que al caminar, un viento remolinado nos envolvió dejándonos blancos de tierra. Así llegamos a la Pabellón en cuestión. ¡No teníamos que decir, no teníamos a quién visitar y el horario de visita había terminado hacia cuatro horas!

La enfermera que nos recibió nos preguntó que hacíamos allí y sin mucho protocolo, ni esperar nuestra respuesta nos permitió pasar.

Ahora caminábamos por un pasillo. A ambos lados había salas con doce camas cada una. ¿A quién debíamos hablar? No lo sabíamos. Cruzamos otra enfermera justo cuando estábamos decidiendo dónde entrar.
Ella dijo: ¿visitan a alguien en especial? Y no supimos que contestar. Sólo recuerdo que dije: -sí es aquí - y entramos a la primera sala que teníamos a nuestra mano izquierda.

La sala estaba en penumbras, sólo la luz del pasillo iluminaba la habitación. En la primera cama estaba Ángel, quien será el protagonista de esta historia. Levante la voz en medio del lugar y pregunté si podíamos compartir una breve historia de la Biblia. Alguien propuso que encendiéramos la luz, y así comenzaba una pequeña predicación, que habrá durado unos cinco minutos.
Cuando hicimos el llamado todos recibieron a Cristo en su corazón como Señor y Salvador personal. Todos, incluyendo a Ángel.
El entonces nos hizo la pregunta:
-¿En el cielo, tendré de nuevo mis piernas?

Ángel había sido el borrachito del pueblo. Un día de mucho frio estaba tan alcoholizado, que prendió fuego en el interior de su rancho; esto hizo arder todo el lugar. Cuando despertó de su borrachera, tenía la mitad del cuerpo quemado. Salió buscando ayuda, pero en el camino fue perdiendo sus piernas. Le encontraron en las vías del tren, casi moribundo. Había que salvarle la vida y los médicos no dudaron en amputar.

Esa noche Ángel durmió distinto, contento, confiando plenamente en la promesa que le hacía su Señor.
Salimos de la sala, prometiendo volver. Nos regresamos con nuestros amigos. La alegría que sentíamos nos llevó corriendo y saltando todo el camino. Íbamos en el aire. No caíamos del asombro, y no lo podíamos creer: ¡El Señor increíblemente nos había usado!

Al regresar el lunes y visitar la sala, la cama de Ángel estaba vacía.
Al salir una enfermera me dijo:
-¿Ustedes estuvieron el sábado verdad? Bueno, Ángel murió esa misma noche.
-Pero déjenme decirle que: ¡Jamás vi morir a alguien más contento! El repetía todo el tiempo que se iba con Jesús, quien le tenía listas sus piernas nuevas.

Reflexión

He meditado esto muchos años. Nunca más se repitió la experiencia, al menos no de esta manera. Pero si he visto al Señor llevarme por caminos no propuestos y mostrarme su Gloria.

Siempre pienso en: ¿qué había en el corazón de Ángel para que el cielo se movilizara de esa manera? ¿Qué trabajó en nosotros esa noche para cargarnos de fe y valor? ¡Qué calculo más preciso del tiempo y que estrategia más impecable!
¡Qué misericordia divina para el pecador! ¡Qué insondables son sus caminos!

La vida cristiana es realmente maravillosa. Las experiencias sobrenaturales se multiplican y se amontonan proponiéndonos ser parte.

¿Cuándo despertaremos a está vida sobrenatural? ¿Cuándo dejaremos que simplemente nos pase?

Hay muchos como Ángel que esperan por nosotros. ¡Levantémonos de nuestra cómoda silla y salgamos por ellos!

Pastor Rubén Herrera

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