martes, 19 de mayo de 2015

Cuentos del Pastor: LA MENTIRA DE LIDIA

Cuando conocí a Lidia, llevaba diez días en el Hospital Neuropsiquiatrico de la ciudad.
Sus familiares, tras algunos episodios incontrolables, decidieron internarle sin remedio. Una de sus amigas preocupada por ella, le visitó y le habló del Señor; después de lo cual pidió hablar conmigo.
Sentados en un banco de jardín, quedamos a solas permitiéndonos un tiempo de franqueza.
Este es un resumen de su historia:
A los ocho años su madre descubrió la infidelidad de su marido; la situación económica familiar cayó, y los dejó fuera del círculo de amistades ricas del lugar. Lidia fue quién más sufrió el desarraigo.
Desde entonces, a Lidia sólo le quedó presumir de sus riquezas pasadas, y simular que nada había cambiado.
Su madre asumió que sólo era cuestión de tiempo, y que pronto aceptaría la nueva condición. Pero fueron pasando los años, y el tema se agudizó. Grandes deudas se formularon a partir de las fastuosas compras de Lidia.
Cuando Lidia conoció a Manuel, él era un muchacho emprendedor y ambicioso; pero con el paso de los años, la vida le enseño a resignar. Así, su estándar de vida no era mayor a la de clase media.
Al principio Lidia trató de acomodarse a la condición económica; pero la otra “Lidia” crecía y prosperaba, haciendo un trabajo silencioso dentro de ella.
Llegaron los niños, y con ellos surgieron otras necesidades; pero también “oportunidades para la mentirosa Lidia”. Manuel tuvo que conseguir un trabajo adicional. El tiempo que tenía libre lo usaba para dormir, y pronto se fue haciendo extraño a las vivencias diarias del hogar.
Lidia le pasaba sus gastos y necesidades -los que nunca parecían acabar- y Manuel respondía con gran esfuerzo.
Una enfermedad de Manuel le hizo tomar días de descanso en casa, y fue suficiente para descubrir lo que pasaba.
Lidia conseguía unos sedantes que ponían a dormir a los pequeños, y le administraba uno también a Manuel; por descuido una noche Manuel olvidó tomarlo, y se fue a la cama.
Pensándole dormido, Lidia se preparó y salió como era su costumbre.
Manuel la siguió y observó lo que pasaba.
El más caro restaurante de la ciudad era la habitual cita de Lidia. Sentada en la mesa, ordenó lo más fino del lugar. La ropa que usaba, en valor, era varias veces superior a uno de los sueldos de Manuel.
Descubierta. Fingió no conocer a Manuel. Su crisis fue tan severa, que nunca aceptó volver a su casa; mucho menos, a su rol de esposa y de madre.
Ella podía ver sus dos “realidades” perfectamente, y durante años había jugado a ser una protagonista muy convincente de ambas; pero ahora, estaba a punto de quedar atrapada para siempre en la más ilusa de ellas.
Le expliqué lo peligroso de la situación, estaba a un paso de la locura. Confundir el mundo creado con el mundo real, y quedar atrapada en la mentira era su inevitable destino. Que si bien el dolor, había sido real en su corazón de niña, había otras maneras de enfrentar la penosa realidad que había vivido.
Ella me dijo:
-Sé que es verdad lo que dice.., ¡Pero comprenda Pastor! Es mi mundo, es lo que yo he formado, y es perfecto.
Se quedó pensando, sus ojos se llenaron de lágrimas como rememorando su trauma, y concluyó:
-La realidad duele. ¡Y duele mucho Pastor! ¿Usted cree que podré superarlo? ¿Cree que vale la pena vivir una vida de verdad?
Lidia acepto a Jesús esa tarde cuando comprendió que:
Jesús era la Verdad. La Verdad, no era una realidad oscura, sino una Persona maravillosa. Esta Persona que abrazaba, le ayudaría a enfrentar lo que viniera por delante.
Y que además, le hacía legítima y por primera vez: ¡Una hija rica de verdad!
Reflexión:
Nunca estuve tan cerca del daño malvado de la mitomanía.
Nunca antes había visto como ésta, puede conducir tan fácilmente a la locura.
Y comprendí también el valor que tiene la frase: “padre de mentira”.
Han pasado los años, y he visto los efectos nefastos de la mentira; como parece entregar control, dominio, y poder a sus presos. Y como los deja expuestos también al más grande ridículo.
La mitomanía es tan sutil, que se cuela también peligrosamente en la Iglesia de Cristo.
Lamentablemente, hombres y mujeres mitómanos pueden estar al frente de nuestras congregaciones. Pensándose o dándose el lugar mentiroso de “ungidos”.
A veces con presumidos títulos o dones, a veces con fanfarrones y exagerados testimonios, o en sus inescrupulosas profecías que aparecen para “ayudar” a la obra de Dios.
Es tan perspicaz la actuación, que de momento un mitómano recrea un “ambiente de gloria o de fe”, y hace caer estafados a miles de incautos.
Pero también, los mitómanos están en las redes sociales.
Hoy se habla de obtener favores y arrebatar bendiciones por solo decir:¡Amén! ¡Lo creo!” a una declaración positiva, o a una publicación de Facebook; y esto: NO ES VERDAD.
¿Dónde quedan las condiciones, y requisitos que demanda la promesa o la posición de hijo de Dios?
La Verdad, debe ser lo que identifica a la Iglesia de Cristo.
Nuestras mentirosas exageraciones, no son más que levadura que corrompe la masa.
Siempre digo que el día que me vea en la necesidad de ayudar a Dios, ese día Dios habrá dejado de serlo. ¡Pobre de mí si pienso que puedo, o debo ayudar a Dios!
La Palabra nos llama a probar los espíritus de los profetas, y la profecía: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”. 1 Jn 4.1
Los de Berea, eran maduros espirituales que escudriñaban las Escrituras para confirmar su práctica y su fe. La palabra dice:
“Y estos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras, para ver si estas cosas eran así. Y creyeron muchos de ellos, y mujeres griegas de distinción, y no pocos hombres.” Hch 17. 11-12
Como a ellos, Dios nos ayude a vivir la fe de verdad en un ambiente de tanta mentira.
Pastor Rubén Herrera

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